Hoy hace 15 años de
ese terrible evento que llenó de luto al país, sí, el primer
terremoto de ese año. No, este post no es para hablar de eso, pero
igual podría dedicar un minuto de silencio para acompañar a las
personas que hoy recuerdan a algún familiar o amigo perdido ese 13
de enero.
Por la fecha me
acordé, que hace 15 años yo no estaba aquí, sí, me perdí el
terremoto. Quizá por eso no les temo, porque nunca he sentido uno en
toda su magnitud.
El punto es que hace
15 años yo andaba de viaje, en el que creo que fue el último viaje
largo de vacaciones – bue, largo 5 dias – a otro país. Y, viendo
para atrás, creo que mi yo de hoy hubiera disfrutado mucho más ese
viaje.
Mi yo de hace 15
años era ilusa, romántica, débil, dependiente, y lo peor, estaba
atada a un ancla invisible que no sabía que tenía y que no me
dejaba dar más de dos pasos sin regresar al punto inicial, más
lastimada que antes de intentar avanzar.
Hace 15 años me
perdí de disfrutar del mar, que junto con la música y los libros
son de las cosas que más me gustan y que más placer me provocan,
por simplemente “esperar”. Me dieron las 10 am en una habitación
de hotel, oscura, sin vista a ningún lado interesante, haciendo nada
más que esperar que la otra persona “descansara” y “estuviera
de humor” para salir. Mi yo de hoy se habría levantado a las 5 am
para ver amanecer en esa playa turquesa de arena blanca, más
pacífica que una piscina, a pesar de ser atlántica (sí, ya sé,
que el nombre Pacífico del océano no es por la playa, sino en alta
mar, pero en ese entonces no me acuerdo si ya sabía). Porque en esa
playa, a diferencia de las nuestras, no atardece, amanece.
Me perdí entonces
la única oportunidad que he tenido en la vida de ver amanecer en el
mar, de ver salir el sol de esa masa inmensa de agua que es el océano
y reflejarse en las olas. Me perdí caminar en la arena fría, como
de refrigeradora, a pesar de ser isla tropical, cortesía de un
frente frío en enero, cuando el cambio climático no nos había
arruinado los frentes fríos y los suéter aquí servían para algo
más que agarrar polvo en los closets. (Y en esa época no tenía
closet, pero ese es otro relato). En resumen, me perdí de vivir
cuando tuve la oportunidad.
Hace 15 años pude
haberle dado la vuelta al mundo si hubiera querido. Tenía 15 días
hábiles al año más feriados de vacaciones, para agarrarlas cuando
quisiera, tenía ahorros, no tenía a ningún menor de edad
dependiente de mí, mis padres se valían por sí mismos...lo único
que no tenía era salud mental, vivía en una depresión perenne que
no sabía que tenía, todo se limitaba a pensar que era “melancólica
y triste, llorona por naturaleza”. Tenía oportunidades que no
aproveché, por el ancla invisible, y que jamás se han repetido.
Mi yo de hoy tiene
una armadura, para sacarla cuando el ancla vuela y amenaza con caerme
encima, y aunque no salgo ilesa, ya no me ata como antes.
Pero mi yo de hoy
tiene deudas, responsabilidades tan cotidianas como que tengo 1 año
de que me chocaron el carro y no he encontrado tiempo para quedarme 1
semana sin movilidad para que lo arreglen, tiene mala salud, dolores
por todos lados, 10 dias de vacaciones partidas en 3 periodos en
temporada alta que hacen poco viable un viaje. Tareas, tareas, más
tareas.
Conclusión
concluyente: vivan mientras puedan.
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