El domingo apareció en la puerta de mi casa una niña de unos 8 años, que pedía ropa, comida o dinero. Mi reacción inicial fue no responderle, porque no tengo nada para niña en casa, pero al asomarme vi que no iba sola, sino acompañada por dos mujeres, una de ellas con un bebé en brazos, un niño de unos 12 años y un pequeño de unos 3 años.
Entonces la llamé y le pedí que volviera, ya que guardo los zapatos que va dejando mi hijo y pensé que le podrían servir al más pequeño. El par en cuestión estaba casi en perfecto estado, solamente uno estaba descosido de la punta, ya que me gustaban tanto que el pequeño los usó hasta que ya no le quedaron más. La suela casi intacta y la cubierta de cuero sin ningún rasguño, ya que a esa edad el peque sólo estaba en casa y no era futbolista todavía.
Se los entregué, a pesar que les tenia mucho cariño. Al rato escuché unos ruidos en la parte de la zona verde de la colonia y pude ver que eran las mismas gentes, que estaban defecando junto a la pared del vecino. Alcancé a escuchar que una de las mujeres le dijo a la niña algo sobre los zapatos, pero no entendí muy bien.
A la noche pasé por el lugar y mi indignación fue suprema, al ver los zapatos tirados junto a lo que habián defecado....Que yo recuerde, a mí nadie me ha regalado sin más un par de zapatos para mí o mi familia, he tendio que trabajar para vestirme, comer o habitar en un lugar. Y ahi estaban ellos, vagando por las calles, viviendo de lo regalado y todavía dándose el lujo de discriminar lo que recibían de buena fé. Supongo que la referida señora lo que pretendía no era calzar a su pequeño de pies en tierra, sino vender lo que recibiera.
Esto me hizo recordar que, durante unos 8 años, mi trabajo consistió entre otras cosas en participar en la construcción de viviendas para personas de bajos ingresos afectadas por alguna catástrofe (huracanes, terremotos, desalojos del sitio donde vivían, etc). Ellos eran, en teoría, más pobres que yo, pero contaban con un terreno propio donde edificarles la vivienda, y ahora, gracias a los donativos de otros, tendrían una casa que en costo directo superaba a veces lo que podía aspirar un trabajador de salario mínimo, digamos en una maquila.
Y lo más decepcionante era que, una vez construida la vivienda, algunas de las personas preferían seguir viviendo en su choza de lámina y paja porque simplemente les daba “pereza” trasladar sus pertenencias a la nueva vivienda. ¿?
Por eso a mí esas grandes marchas, protestas y revueltas por los “más pobres de los pobres” a veces me dan picazón. Y me surge la idea de quiénes son los verdaderos pobres aquí, al menos en nuestra América Latina. Los que no tienen nada, como estas gentes que botaron los zapatos o los que no se fueron a vivir a la casa nueva, constituyen la clase a la que van dirigidos los donativos y programas sociales, así que muchas veces de la nada y sin el mínimo esfuerzo les cae algo. Los de la clase alta, todo lo tienen y simplemente se dedican a pensar en qué gastarlo o invertirlo, así que algunos nacen ya en cuna de plata con fortunas o empresas heredadas.
Y los de la clase media? Son suficientemente “ricos” para que nadie les regale nada ni les ayude, pero son suficientemete “pobres” para poder acceder a mejores niveles de vida que no conlleven toda una angustia de deudas y sobresaltos para llegar a fin de mes, con el sudor de su frente, con tal de mantener a los hijos y brindarles un techo.
No digo que toda la gente sea igual, hay muchos necesitados que sí agradecen la ayuda, igual vi montones de familias felices con sus nuevas viviendas, pero estos casos que tampoco son escasos, me hacen pensar que algo anda mal ubicado en este mundo, cuando quien no trabaja sólo estira la mano y le dan, y el que se mata trabajando no tiene ni para el pasaje el último de mes.