Y el mundo se detuvo el 1 de marzo en 550 entradas. Todo quedó mudo. Se murió, habrá dicho usted.
Pero no, no estaba muerta, al menos no legalmente, porque a veces me pregunto si vivir así no será morir en vida, privándonos de cuanta cosa bella hay en el universo por estar encerrados entre cuatro paredes, a veces tres, que limitan nuestro accionar a una dirección que no siempre es la deseada.
Tanta carrera, tanto stress, tanto ir y venir para no llegar nunca a un fin de paz, sino a empezar otra carrera sin descanso.
Pensé que en este año vería la luz, pero la posibilidad de desvanece a medida que pasa el tiempo y no recibo respuesta. La esperanza es lo último que se pierde dicen. A seguir esperando, supongo.
Nunca hay tiempo, ni para ver el sol, ni para respirar el aire, ni para jugar con los hijos, a veces ni siquiera para comer. Hasta la memoria se está yendo quien sabe a donde, envuelta en el torbellino diario. Olvidar cumpleaños de gente importante, olvidar fenómenos biológicos, olvidar comida, olvidar el olvido.
Y recordar lo que no se quiere recordar. Esta Semana Santa fueron las primeras vacaciones en las que no logré una desconexión total a nivel mental del ambiente que dejé en stop, y me preocupa. Me preocupa que tanta presión se vaya conmigo a donde me mueva y que ni mis sueños sean libres.
No quiero dejar este espacio.
Como dijo aquél, volveré.