martes, 10 de enero de 2017

Día 1 - tramo 1 - Ahi te voy MEX


Todo comenzó en el AIES (Aeropuerto Internacional de El Salvador) un viernes a las 11 am. El vuelo estaba supuesto a salir a las 13:48, por lo que las 11 estaba bien para el típico “llegue 3 horas antes al aeropuerto”. Todo parecía bien, quizá hasta llegué muy temprano, porque no había ni cola en la aerolínea.

Espera relajada

Divagué matando el tiempo entre las tiendas y las salas de espera y me di cuenta que las cosas, al menos la comida, son el doble de caras en los aeropuertos. Fue así como almorcé por casi $8 el mismo combo que afuera me cuesta $4.50. Pero bueno, supongo que había que almorzar pues “quizá ni vas a cenar” me dijo una amiga...y tuvo razón.

De acuerdo al pase de abordar, la hora para el inicio del abordaje eran las 13:03 – o sea que en 45 min planeaban tener a toda la gente y equipaje arriba y estar listos para despegar – lo cual hubiera sido ideal porque debía estar en mi destino final para esa noche a las 20 horas (8 pm pues), y tomando el tiempo de vuelo, la salida del aeropuerto de destino, el tráfico de la ciudad de destino, llegaba.

Algo me pareció raro desde que a las 12:30 que me senté en la tal sala de espera me di cuenta que no había avión al otro lado del vidrio. Luego, en las pantallas del sistema de información de vuelos aparecía chiquitito una palabra alarmante: delayed (retrasado).

Luego hicieron el anuncio oficial: el vuelo estaba retrasado. La razón no era muy graciosa: no había avión. Resulta que la aerolínea utiliza el mismo avión que viene para el vuelo que va, y como el que viene estaba retrasado, pues por lógica el que va, también.

Siga esperando, no hay más que hacer

Allá tipo 2 y algo de la tarde, allá en el fondo estaba el dichoso avión, al parecer esperando que le dijeran al piloto a dónde se tenía que estacionar.

En términos aeronáuticos, el avión estaba "taxeando". Waitin for...y con la gente del vuelo 628 adentro sin poder bajarse LOL

El chiste fue que, después del trajín del punto de inspección y chequeo manual del equipaje y el detector de metales y eso, dicen: “Este vuelo se cambiará a la sala de espera 12 por motivos de mantenimiento”. Y ahí fuimos todos, a revolvernos con los pasajeros de otros vuelos en el pasillo, para trasladarnos varias salas de espera más adelante. Al traste con la tal seguridad aeroportuaria.

Despídase de esta sala, total no abordará por aquí. Sigan bailando, hagan la clave

La gente ya estaba algo desesperada...yo estaba desesperada!!! Llevábamos casi 2 horas de retraso, lo que estaba consumiendo mi tiempo de holgura.
Finalmente al fin, ya todos sentaditos, el avión despegó. 
No sé si ya lo había mencionado antes, pe-ro-me-da-pá-ni-co-vo-lar especialmente el despegue y el aterrizaje, por esa sensación en la panza igual a la de la montaña rusa, y la turbulencia ni se diga. 
Desde que me senté me sacó conversación una señora de edad para ser mi mamá, muy agradable. Le conté que me daba miedo y la muy linda siguió conversando hasta que alcanzamos los dichosos 3,000 pies en el que el piloto dice algo ininteligible a la tripulación, las cortinas con primera clase se cierran y los sobrecargo comienzan a caminar por el avión.


Bien quietecita por el miedo y por la falta de espacio también. Una de las ironías de mi fobia es que, a pesar que me da miedo, siempre prefiero ventana porque me gusta ver para afuera...vaya a ud a saber qué ondas con mi sistema neurológico.

Un nuberío maravilloso durante todo el trayecto





El vuelo estaba supuesto a durar 2:30 horas, así que tipo a la mitad aparecieron con el fantástico almuerzo

Como dato curioso, el sneeker se derritió lindo en la cartera...y recuperó su consistencia en el frío posterior

Nubes y más nubes



Por un rato me dormí y cuando abrí los ojos parecía que estábamos llegando a destino. La señora del al lado me dijo: “hace rato bien bonito se vio el volcán nevado, el señor de la otra ventana le tomó fotos, yo no la desperté porque no sabía si solo a las nubes le toma fotos ud”. 

Desde ahí y al ver la hora la señora entró en desesperación, pues eran más de las 5 de la tarde y ella tenía conexión a las 5:30. Difícil llegar a tiempo.





Yo ya sabía, porque una amiga me había contado, que el vuelo no iba a llegar a puente, sino a una conexión remota, o lo que es lo mismo, que nos iban a bajar por una escalerita a la pista y tendríamos que abordar un autobús que nos llevaría al edificio. Traduzca eso en que sería más tiempo del normal. Pobre señora. Ella no sabía, pero le conté para que estuviera psicológicamente preparada. Eso y que se apurara a salir, ya que haciendo cuentas simples, en un E-190 caben 103 pasajeros cuando lleva clase ejecutiva – y este llevaba – y en un bus caben como 60 personas sentadas, la lógica indicaba que no todos cabrían en el primer bus.

Ahi en el 8A y 8B le íbamos la señora y yo, no respectivamente. Eso explica por qué el ala es gran protagonista de varias de mis fotos tomadas desde la ventana atrás de mi asiento.

Y así fue, la señora salió disparada de su asiento. Digamos que me le pegué para seguirla y medio orientarla, no sé, me sentía como con responsabilidad de hija. El tal bus se tardó una eternidad en llegar al edificio y por alguna razón inexplicable estaba parado frente a él, pero no abría la puerta para que pudiéramos bajar. 

Al fin abrió y la señora atravesó la multitud para bajar primera. Ya adentro, un pasajero oriundo del país en cuestión indicó: “nacionales aquí, extranjeros aquella fila”. Y corrimos a “aquella fija” del área de migración. Al parecer ahora cuando ud hace conexión y toca tierra en un país que no es su destino final, igual tiene que hacer migración, recoger su equipaje y pasar por aduana, antes de ir a la otra sala de espera. 

La señora literalmente se saltó la cola y fue la primera en pasar, ante los ojos atónitos de los demás, pero en realidad nadie protestó ni hizo nada por detenerla. Yo agarré espacio como en la tercera vuelta del “gusanito” que se hace de fila y me pareció exagerado lo que me habían contado de 2 horas para poder salir del aeropuerto. Mi opinión cambió cuando bajaron a incorporarse a la fila los pasajeros de otros vuelos – justo cuando estábamos en el bus vi otro E-190 estacionarse en el puente en el nivel 2 del edificio sobre nosotros – en un pestañeo había como 30 vueltas de la filla full de gente. Claro, agarrar el final de esa cola sí es para morir ahí en el intento. 

¿Ya le dije que el aeropuerto era México? No va, pero ud lo dedujo cuando mencioné que el vuelo duraba 2:30 y vio el empaque de la comida, diga que sí. Además si tiene buen ojo, en la foto del avión taxeando se ve el logo de Aeroméxico.

Para mi gusto personal arquitectónico y como pasajero, el Aeropuerto Internacional Benito Juárez, o al menos su Terminal 2 que es la que pude ver, está muy mal señalizado y la gente no ayuda mucho. Al salir de migración un pasajero novato no sabe para dónde agarrar. Yo sabía que tenía que ir por la maleta, pero que recuerde, en la aerolínea no lo dijeron. Me pregunto cómo le habrá ido a la otra gente en conexiones. Sale uno de migración y hay dos puertas, agarra la que dice “vuelos provenientes de Centro y sur América” y resulta que no es ahí, mñe, es la otra puerta, porque solo un lado de las bandas de equipaje está funcionando...genios. 

Antes de la maleta me encontré con un quiosquito que decía “centro de conexiones” y ahí estaba la señora, totalmente desconsolada: había perdido la conexión. Yo ya iba sobre la hora, eran las 6 de la tarde, tenía 2 horas para llegar a donde iba, tráfico de viernes por la noche en el DF...angustia. Pero puesí, qué le va a hacer uno con el instinto de hija. Se suponía que el celular que llevaba tenía datos activos en México, así que lo encendí e intenté que la señora se comunicara con sus hijos, especialmente el que iba a estar esperándola en Canadá, para donde ella iba. Los datos no agarraban, probé una, dos, tres veces reiniciar el teléfono y nada. Apunté los números, pero no se pudo hacer la conexión. Dejé a la señora y le prometí regresar, solo iba a ir por la maleta. 

Llego al área de reclamo de equipaje, dos bandas funcionando, pero nadie de los ahí presentes parecía conocido de los que venía en el vuelo y después de observar un rato el carrusel pues no, mi maleta no estaba ahí. Le pregunté a un empleado y no tenía ni idea. Luego vi uno de esos con chaleco anaranjado, de los que andan en pista, y pues la gente de acción es la que sabe. Él me dijo en qué carrusel estaba el equipaje de mi vuelo. 

Ya con la maleta regresé donde la señora, pero ya no la encontré. Quizá la llevaron al hotel de parte de la aerolínea. Intenté igual mandar los mensajes a los hijos y al parecer esta vez sí se hizo conexión. Me fui a aduana para intentar salir de ahí a tomar un taxi. Llego a una fila vacía y una señora de mala cara me pregunta “¿de dónde viene su vuelo?” y luego con su cara más plana que pudo me dijo que no, que esa fila era solo para vuelos que venían de USA, allá por ese lado, me indicó. “Ese lado” era una cosa sumamente vaga, que incluía regresar por donde había venido y donde no había visto ningún rótulo de aduana. En fin, caminé siguiendo a la gente, porque resulta que todos nos equivocamos de fila. 

En una puerta miniatura para la magnitud del aeorpuerto iniciaba la cola. Otra vez tuve suerte, habrían unas 50 personas en la fila, y en lo que volví a ver ya se había llenado con unas 150 atrás de mí. 

El proceso no fue tan lento, pero mi suerte panda hizo que me saliera botón rojo en el semáforo, lo que significó que abrieran las maletas y revisaran todo. Para colmo el Sr de aduana no me dijo que no había cerrado una de las maletas y cuando la bajé de la mesa todo se cayó. 

Cuando al fin logré salir del aeropuerto eran las 7 de la noche. Stress. Angustia. Indecisión. 

¿Tomar un taxi del aeropuerto? ¿Seguir con el plan de usar Uber? 

Había visto docenas de reseñas, en muchas de ellas la gente decía que los taxis del aeropuerto eran caros, los conductores pesados y las rutas no muy apropiadas. También había gente que decía que lo más seguro era tomar un taxi del aeropuerto. 

De Uber me habían hablado una amiga que fue a Europa y otra persona que vive en el DF. Ambas decían que era bueno y seguro y sobre todo más barato que cualquier taxi. También había cotizado con la agencia de viajes y el costo era risible, por lo exorbitante. 

Me paré justo después de la puerta de salida de la terminal para ver dónde estaba, pues una de las indicaciones recurrentes era marcar bien en qué lugar quería que me recogieran, para evitar retrasos. El problema fue que al parecer me paré justo al lado del basurero donde la humanidad entera botaba las colillas de cigarro. Casi me da un ataque de asfixia por la alergia. Tosía y tosía y no hallaba para donde moverme, por donde veía había gente fumando. 

Finalmente pude usar la aplicación y la cosa decía que en 5 min vendría el taxi. 

Esperar. 

Como nunca la había usado no sabía reconocer que el puntito que se movía en círculos era el Uber. Pasaban los minutos. Al fin a las 7:15 un señor salió de un vehículo y gritó mi nombre. 

Con todo el miedo del mundo de alguien que va del país de los nojecuántos muertos diarios hacia la ciudad más poblada de la región y con una historia criminal bastante abundante, subí al Uber. 

Todo parecía ir bien, había tráfico, se movía a vuelta de rueda. Al cabo de unos 10 minutos miré a mi alrededor y casi me desmayo: todavía no habíamos salido del aeropuerto. Mi angustia y estrés crecían. 

De pronto el tráfico comenzó a desaparecer y ya con vía libre avanzábamos más rápido, hasta que pude ver el tan anhelado Paseo de la Reforma.

El pequeño detalle era que aun tenía 2 maletas conmigo, mismas que debía dejar en el alojamiento antes de ir al Auditorio Nacional. (Sí, ya sé, este post debió ir antes de este otro, pero aquél era más rápido de escribir).

El alojamiento fue otra aventura. ¿Un hotel de $125 frente al Auditorio Nacional para un par de horas? O Airbnb. El hotel me garantizaba que no necesitaría transporte después del concierto, pero aun sonaba un precio demasiado alto. El costo/beneficio aun no me quedaba claro. 


De Airbnb me había hablado la misma amiga que fue a Europa, de hecho ella hizo así todo su viaje. Con todo el miedo del mundo tomé esa opción, por $54, una habitación dentro de un apartamento a 5 minutos del Auditorio Nacional. 


Entonces, el Uber me llevó al alojamiento y le pedí que me esperara...eran las 8:15. Angustia. Habiendo comprado los boletos por internet, la web decía que tenía que pasar por taquilla a validarlo y que se permitía la entrada máximo 15 minutos después de iniciado, es decir, 8:45 pm. 

Para mi suerte torcida, la habitación estaba en un tercer piso de un edificio al que la semana anterior se le había arruinado el elevador, por lo que tuve que subir con 2 maletas 3 pisos por una escalera de caracol en la que a penas y cabía mi pie. 

Llegué, saludé a la anfitriona, obtuve la llave, tomé un vaso de agua y corrí de vuelta al Uber. 

En 5 min estábamos frente al Auditorio...del otro lado de la calle. El conductor aclaró que no podía atravesarse porque le pondrían una multa, así que habría que rodear la manzana y llegar por el lado correcto. Todo hubiera sido fácil, de no ser porque había un tráfico de viernes por la noche en Polanco, la zona más piqui del DF, plagada de restaurantes, bares y, tráfico. Con resignación de quien no puede hacer nada veía avanzar el reloj mientras nos movíamos a paso de tortuga. 

En la calle la gente iba con suéter, bufanda, botas a la rodilla, chaquetas gruesas...yo adentro del taxi no podía percibir si hacía frío o no. La navidad a un mes y en las calles ventas de piñatas, de esas típicas mexicanas de varias puntas para las posadas, adornos navideños, chucherías típicas. Habría sido lindo caminar por ahí, pero todo lo que quería era llegar a tiempo. 

Antes de ir había hecho varios recorridos virtuales en el google maps y no me atrevía a irme caminando, solo por el hecho de que era de noche.

Entre una multitud considerable – recordemos que al Auditorio le caben 13,000 gentes – bajé del taxi en la acera y casi corrí. Subí las gradas en total desorientación, buscando las taquillas, demasiado escondidas si me preguntan. 


Resulta que no, que no tenía que validar el boleto, que con el papel que llevaba impreso era suficiente. 

A hacer fila...10 filas diferentes, todas igual de largas. 



Pregunté y me dijeron que cualquier fila era igual. Los de las puertas gritaban “damas con los bolsos abiertos”, para agilizar el paso. Como ya había previsto ese detalle, llevaba una cartera de menos de 20 cm por lado, en la que cabían el teléfono, el ipod, el pasaporte y las llaves. 

Inicié la fila a las 8:30 pm y fueron los 5 minutos más largos de mi vida. Al otro lado le pregunté a un señor de traje y con lentes oscuros (WTF, era de noche!). Me mandó a la puerta roja No 8. No me puedo quejar, había personal orientando muy bien. 

Cuando entré el artista -que yo supuse debía ser nacional – ya estaba en los últimos segundos de su presentación. Solo alcancé a ver que era una mujer. Hasta ahora que lo busco encuentro que no era mexicana, sino argentina y se llama Lali Espósito. 

Bueno, ya estaba ahí, sentada. No sé ni cómo se me ocurrió ni cuándo agarré el valor, pero había viajado 1,800 km para verlo, después de esperar 11 años



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