Continuando con la serie de cosas que escribí para la clase, aquí les traigo uno que me costó un poco escribir porque no lo había meditado nunca. En general, entendía democracia en términos políticos, forma de gobierno, nunca lo había asociado al acceso a algo. Ese fue el enfoque de este texto académico, pensar cómo se democratiza la información y qué ha pasado durante la pandemia.
Espero no aburrirlos, prometo volver con mis bayuncadas próximamente, mientras tanto, pongámonos serios =)
Democratizar es, según el diccionario,
hacer democráticas las cosas. En este caso, la cosa bajo análisis es la
información. También se dice que la información es poder, principalmente el
poder de tomar decisiones. Políticamente se considera a la democracia como “el
poder del pueblo”, pero ¿tiene el pueblo realmente el poder? ¿tiene la
información para tomar decisiones? Incluso en sociedades que se consideran
democráticas por tener gobiernos electos mediante el voto, la respuesta a esta
pregunta podría no ser afirmativa. La pandemia de la COVID-19 ha empeorado esta
situación.
El nacimiento del internet supuso la
globalización de la información en la medida que ésta podía ser transmitida de
un lugar a otro sin importar las distancias, el idioma, las fronteras y otros
obstáculos físicos que complicaban la transmisión del conocimiento de persona a
persona antes de la existencia de la web. Se crearon las herramientas
necesarias: computadoras, servidores de internet, fibras ópticas para la
interconexión, sistemas operativos, etc. Sin embargo, el hardware y el software
por sí mismos no garantizan el acceso a la información; de nada sirve contar
con los equipos si no se sabe utilizarlos. Es poco lo que se puede hacer con la
información que está al alcance si no se sabe cómo interpretarla.
Lo que la informática produce y
distribuye es el conocimiento y la información, que son la base de la estructuración
del poder en la sociedad actual (Morales, 1998). Las personas pueden acceder a
teléfonos celulares aun en las áreas rurales o comunidades marginales urbanas,
sin embargo, se requiere un mínimo de capacitación para hacer uso de las
herramientas informáticas en beneficio propio o de la comunidad, para obtener
información que eduque, que mantenga viva la economía familiar, que evite
enfermedades, que salve vidas. Sin esta capacitación, las nuevas tecnologías se
convierten en otro elemento de exclusión social; talvez todos tengan un
dispositivo, pero no todos saben qué hacer con él.
Esta nueva forma de exclusión se pone
de manifiesto al momento de acceder a la educación a través de la tecnología.
La pandemia obligó a cerrar escuelas y universidades y a trasladar las clases a
las aulas virtuales. Los que antes de la pandemia podían ser alumnos de la
misma institución y gozar del mismo acceso al conocimiento dentro del aula, al
trasladarse al campo virtual se convirtieron en individuos categorizados según
su mayor o menor comprensión de las herramientas tecnológicas y dependientes de
otros servicios en sus viviendas, que antes de la pandemia no les eran
requeridos para gozar de información y educación.
La información de calidad sobre la
pandemia tampoco llegó a todos de igual manera. Mientras los que ya estaban
familiarizados con la búsqueda de información en línea, realización de
transacciones comerciales mediante aplicaciones web, uso de herramientas de
comunicación virtual y otros elementos derivados de las tecnologías de la
información pudieron continuar con la vida cotidiana aun confinados en sus
hogares, aquellos que carecen de estas habilidades vieron reducidas sus
oportunidades al quedar aislados del mundo en sus diversas modalidades: la
comunidad educativa, su círculo de apoyo, sus actividades comerciales y
laborales de subsistencia, incluso el acceso a comida y medicamentos.
La pandemia puso en evidencia que la
alfabetización digital es privilegio de unos pocos, mientras que las grandes
mayorías no cuentan con una visión crítica para asimilar la información, o a
veces desinformación, que reciben por las diversas vías que la vida digital ha
construido. A falta del conocimiento para comprender el significado de las
gráficas que los funcionarios presentan en televisión o se muestran en los
periódicos, los ciudadanos son presa fácil de la desinformación a través de
cadenas de WhatsApp, post de “fake news” en Facebook o incluso entrevistas
televisivas a personajes no aptos para brindar información y que provocan más
daño que beneficio con sus aseveraciones.
La información no está democratizada,
no llega a todos con el mismo valor. Algunos pueden traducirla y obtener datos
valiosos para tomar decisiones informadas; otros no tendrán más remedio que
creer al medio de comunicación, al político, al vecino, a la publicación en
redes sociales, sin tener parámetros para verificar la veracidad de la
información recibida, corriendo así el riesgo de tomar decisiones que les
perjudiquen. No todos los ciudadanos pueden ser consumidores de datos capaces
de interpelar y utilizar críticamente la información que reciben.
La información tampoco está
democratizada cuando los gobiernos la manipulan para su beneficio, para dar una
impresión de que su gestión es exitosa cuando los datos podrían mostrar lo
contrario. Ocultan información a los ciudadanos, poniéndolos en riesgo, restándoles
poder de decisión, o peor aún, haciéndoles creer que están tomando las mejores
decisiones cuando en realidad no lo son. Dar informes que no proveen la
información completa o que maquillan la realidad puede tener efectos negativos
en la comunidad. Las personas relajan las medidas de protección si la
información que reciben es que el virus no está activo, que hay pocos casos,
que todo está controlado.
Los datos abiertos suponían un avance
en el poder de toma de decisión de la ciudadanía, al poder obtener directo de
la fuente la información relevante en diversas áreas. Con la pandemia muchas
entidades y gobiernos optaron por cerrar los canales que brindaban la
información o, en otros casos, imponer múltiples restricciones para
proporcionar los datos y entregar solo aquello que les conviene en términos
políticos. Algunos investigadores califican la calidad de los datos con las llamadas
5 V: Volumen, Velocidad, Variedad, Variabilidad, Veracidad (Casado-Mansilla et
al, 2020).
La información debe proveerse a la
ciudadanía en la cantidad suficiente, a una velocidad adecuada, en múltiples
formatos y fuentes que permitan su análisis, y, sobre todo, deben ser veraces,
confiables. La democratización de la información pasa por tener información
suficiente y de calidad para todos, presentada de una forma que la ciudadanía
en general pueda interpretarla y asimilarla y con ello mejorar su capacidad de
toma de decisiones. Es importante entender que no es suficiente contar con
datos abiertos. También deben ser justos y de alta calidad para facilitar su
procesamiento y su comprensión no solo por los científicos de datos y los
epidemiólogos, sino por la ciudadanía en general (Casado-Mansilla et al, 2020).
Casado-Mansilla, D., González-de-Artaza, D. L., García-Zubia, J.
& Ponce, M. C. (2020). La democratización de los datos mejorará la toma de
decisiones. Retrieved
from http://theconversation.com/la-democratizacion-de-los-datos-mejorara-la-toma-de-decisiones-140366
Morales, S. (1998). Democratizar la información es democratizar
el poder y apostar al desarrollo. Revista Latina De Comunicación
Social, 6(63-74) Retrieved from https://doaj.org/article/0522003c13cc469694bd6b701df52c9e
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