Me han dejado de tarea leer una historia sin cuento, como esas que escribía – y no sé si aun escribe – Galindo en LPG, que en letra chiquita de periódico y con alguna ilustración referente llenaban página completa de periódico dominguero. Siempre las leía, aunque en mi tierna infancia no siempre las comprendía. No sé a cuántas páginas de texto en times interlineado sencillo 8 ½ “ x 11” equivaldrían, pero mi tarea consta actualmente de 31 páginas, aunque en una fuente distinta.
El tiempo, insaciable compañero que si bien está siempre conmigo, no deja de transcurrir y a veces no lo alcanzo para poder sentarme con él a deleitarme de la vida, en general estoy en carrera permanente tras él, sin llegar a coexistir en un punto de tranquilidad. Pero los busco, esos momentos de paz, aunque ayer en teoría no tenía derecho a ellos. Los 59 minutos de receso a media jornada están ahí, haciéndome cosquillas, para que tome las llaves y salga a 40 km/h de este lugar, con el sauna del interior cerrado por seis horas ante un inclemente sol tropical.
Al final lo decido, salgo con mi cartera bajo el brazo – que la detesto por no quedar colgando más abajo, pero que soporto por el contenido que puede albergar – con mi lectura inside, y paso burlándome de la saludable sopa de pollo con limón que dejo plantada en la nevera de la oficina, al igual que a la intrascendente charla del grupo que se dedica a comentar sobre asesinatos, desvaríos mentales, ,excretas humanas, platillos de cocina y burlas al que se deja mientras degustan los sagrados alimentos.
No, mi estómago no es el de aquellos chicos de la UES que vi tirados en los sucios y deprimentes pasillos junto a la morgue, engullendo el sándwich o la pupusa con curtido, revueltos con el olor a formalina de sus objetos de estudio...jamás podría ser médico por esa debilidad. En general, mientras no exceda al límite la libertad que me permite el plástico ilusorio que pierde su encanto en la fecha de corte, prefiero pagar por ambiente y comer en paz con mi lectura en lugar de esa deprimente estampa de los que se ahogan en la profundidad de su discurso.
Y bien, gracias a mi consumismo anterior, tengo una tarjeta que me da derecho a una hamburguesa gratis, con papas fritas y bebida. Pongo mi imaginación al servicio del marketing y sugiero al gerente si no puedo cancelar el diferencial para el upgrade de pequeño a mediano y poder cambiar las papas por mi ensalada favorita...lo siento, no es posible, como es cortesía aunque sea grande igual lleva papas.
Caracoles – pienso – por qué es más barato comer chatarra que salud?...igual, démela pues. “Le puedo ofrecer un chili con carne por 99ctvs” me dice sonriente...no, gracias – respondo – mientras pienso que ese brebaje es todavía más salvaje que las tales papitas fritas. Pero podría – sigo sugiriendo – decirle a la niña Wendy que venda la ensaladita individual, así como vende el chili...sonríe, fingido, forzado, da la vuelta y se va. De hecho la venden en concepto de “económico”...pero a $2.99, con 3 pedacitos de pollo y bebida, con el agravante de no llevar crotones, que son mi delirio. Yo la quiero a 99, sin pollo y con pan, sin soda ni nada, es mucho pedir?
Continúo, donde me quedé la noche aquella. Me fue difícil saber a dónde, no tengo conciencia de cuál página estoy leyendo. El autor no tuvo a bien numerar las hojas, a mí “se me pasó por alto” y con mi manía ecológica de imprimir todo tipo folleto en 4 páginas por hoja revés y derecho, no le encuentro pies ni cabeza. Me ubico, sonrío, muevo la cabeza en señal de aprobación a veces y de desacuerdo en otras. Si tuviera a la mano al autor, le diría las mil y una cosas que pienso, le preguntaría las quinientas que me han quedado en duda y le pediría deshacer un par de nudos que me enredan los conceptos. Llega la hora. El celular marca la 1:40 (y veo ese y no el de pulsera porque el primero es digital, minuto exacto), tiempo límite. Si me tardo un minuto más, corro el riesgo de calificar para descuento del séptimo y no, ya tengo $17.98 menos este mes por un permiso para atender aquello que me tuvo en pausa...y que no ha finalizado, pero da pequeños pasos, conste.
Soy un as del volante, me atravieso de una vez los tres carriles que separan la salida del restaurante del retorno que debo tomar...si lo pierdo debo ir hasta el próximo y, aunque esto no es un freeway gringo, el tiempo es oro y debo aprovecharlo. Llego a tiempo, justo con 4 minutos de holgura para deshacerme del resto del frosty shake que, ya en el fondo, aguado y sin crema batida, sabía horrible. Subo y tomo nuevamente mi lectura. Es increíble lo que puede leerse en 3 minutos y medio cuando uno tiene interés en el tema...y aquellos abajo, viendo pasar los mosquitos.
Sonó, 2:00 y debo regresar a lo habitual. La tarde transcurre en una reunión intermitente de la que salgo de cuando en vez a una impresión, un par de copias, entregar una llave, tomar aire...todo lentamente a causa de esos tacones que ni idea de porqué me puse, quizá porque hacían más formal al jeans amarillo con la cintura talle bajo escondida bajo la blusa de flores larga en un extremo, corta en el otro. Lo confieso, la niña está encendida en mi escritorio, escondida en un rincón, en un download intermitente de un pequeño tesoro que encontré y que gracias al real player podré ver en casa, ya que hasta la Calle Arce no ha llegado, mucho menos a los escaparates del comercio formal.
Salgo, tarde porque me retrasa una carta importante. Se come el tiempo de trayecto entre aquí y metrocentro, y paso con enfrente con la hora justa para llegar a casa, no me detengo, aunque quisiera seguir con un frozzen mocca la lectura inconclusa. La misma rutina. Llegar, saludar, dejar todos los paquetes – cartera, lonchera, computadora – hacer mi ingreso triunfal a la cocina y preparar la cena.
Hay una variante, tenemos visita. Una pequeña alma en pena de tres años, proveniente de los vecinos, que llegó para acompañar a su hermano, de la misma edad de mi peque, a jugar. Problema, ese dulce de leche rubio y sonrosado, no conoce los límites porque no se los han enseñado, le digo que no saque más juguetes, no obedece, segunda amenaza, le vale igual. La miro con esos ojos que dicen que tengo y le advierto que si sigue, la llevo a su casa como la he llevado otras veces. Da la vuelta y llora...se sienta a jugar nuevamente y regreso a mi cocina.
Se fue la noche, niño exhausto por clase de natación se duerme en mis rodillas, lavo, saco ropa, tiendo, lavo de nuevo...platos sucios, almuerzo para día siguiente...tarde, demasiado, para seguir leyendo.
Amanece el nuevo día, sigo tendiendo, pepino en lonchera, lavado de cabello, leche con galleta (nadando dentro), carrera para el cuarto a las siete on time al colegio, escuchar locuras de 3 mentes “malías” en la F, sándwich con la derecha, volante en la izquierda...heme aquí, nuevamente, 7:00 am, parking place.
Leer o no leer...leo mientras la niña carga...una vez con el procesador de texto en blanco, inside my car, waiting for 8:00 am, dejo de leer y comienzo a escribir, para darme cuenta al final, que he terminado escribiendo yo también, una historia sin cuento como la que estoy leyendo.
That's it!!!
Felicidades por haber llegado al final de esta lectura y haberme acompañado en 20 horas de mi agitada vida, de un martes para miércoles.