Este post es totalmente personal, y bastante trascendental e importante para mí y algunos miembros de mi familia.
Está dedicado a mi bisabuela, ya que este 30 de junio se cumplen 25 años de su fallecimiento.
Se llamaba Genara Herrera Mancía, hija de Consuelo Herrera y Francisco Mancía, pero nosotros la llamábamos simplemente “mamá Naya”.
Nació con el siglo pasado, como regalo de Reyes para el mundo el 6 de enero de 1906 y a sus 77 años, un 30 de junio de 1983, el cielo nos la pidió de vuelta, dejándonos sin su sabiduría y su fortaleza...si estuviera físicamente con nosotros tendría 102 años y seguramente le haría frente a la vida con el mismo coraje que lo hizo siempre, para sobrevivir sola como mujer en un mundo machista, ganándose el pan de cada día, a cargo de hijos, nietos y hasta bisnietos sin”aturrar la cara”.
Tuvo 3 hijos, uno de los cuales -Ariel- murió a los 7 años de una fiebre desconocida...desconocida para una zona rural en un país del tercer mundo a principios del siglo pasado...y otro que murió en un accidente de motocicleta en Escuintla (Guatemala). No sólo tuvo que traerlos al mundo, sino que sufrió el dolor de verlos partir.
Tuvo varios hermanos, pero a la única que conocí fue a Ofelia (QEPD), quien por ser no sólo tía sino también madrina de mi abuelo, todos la conocimos siempre como mamá Naya la llamaba: la comadre Ofelia.
Quizo el destino que estas dos hermanas unieran sus vidas con también dos hermanos: Jesús y Teodolo Polanco, supongo que allá por los años 30, ya que en 1932 vino al mundo el primer hijo de mamá Naya, Francisco Trinidad, mi abuelo materno, quien ahora cuenta con 76 muy bien vividos años...y cada día que pasa, le pedimos a Dios que nos lo preste digamos unos 25 más, para que pudiera conocer tataranietos, ya que, al igual que mamá Naya, ya conoció a su primer bisnieto.
Pero mi viejita se fue sin darnos ese gusto, sus dos bisnietos éramos muy pequeños aquel 30 de junio. En ese entonces no comprendí la magnitud de lo que pasaba. Recuerdo que me preguntaron si quería ir al funeral y contesté que no sabía, pues no tenía idea de lo que eso significaba. Solamente asociaba que hacía una semana que mamá Naya ya no estaba en la casa, se fue con mi madre al hospital y no volvió nunca más. En ese entonces, en que la medicina por estos lados no estaba avanzada y el presupuesto no alcanzaba para médicos privados, la explicación que nos dieron fue que le “estalló la úlcera”...ahora sabemos que traducido a buen lenguaje galeno lo que padecía era cáncer, pero en esos tiempos esos diagnósticos sólo se los hacían a los ricos, porque para ellos existían tratamientos.
No la ví en el ferretro, aunque estaba abierto. Prefiero recordarla como cuando tenía yo 5 años y me subía la muro del vecino para ver a mis primos...”muchachita estáte en juicio, te vas a desbarrancar de ahí”, me decía en medio de angustia y enojo...si supieras viejita que ahora le tengo miedo a las alturas.
Toda la ropa que le recuerdo eran vestidos, con flores, estampados o de un sólo fondo, con el cinchito para no perder la cintura, siempre con el cabello recogido...y el cigarro en la mano =). Todavía unas horas antes de su muerte se fumó el último, que mi madre le llevó escondido porque ella se lo pidió y comprendía que no había nada más que hacer por salvarla.
Cocinaba unos zalpores riquísimos y yo nunca aprendí a hacerlos. Todavía tengo “presente” cuando me ponía a sostener la manta con la que colaba la mezcla para el atol de elote, que cosa más aburrida entonces...ahora lo hiciera con gusto sólo por poder hablarle y preguntarle todo eso que ella sabía y yo no sé hoy, aun con toda la tecnología a la que tengo acceso.
Tuvo muchos trabajos, entre ellos ir a “vender al camino”, lo cual es ir de casa en casa ofreciendo verduras, pollo, frutas etc., también horneaba quesadillas y las vendía de la misma forma. Nunca tuvo holgura económica, pero a la niña (mi madre) nunca le faltó la leche y a mi abuelo la gallina india cuando llegaba de sus viajes de trabajo.
Era nuestra compañia y después de su partida la vida fue un peregrinaje, hasta que tuvimos edad suficiente para debatirnos solos mientras nuestros padres trabajaban.
Pero aun hoy, nos sigue cuidando. Les relato una anécdota, que si me la cuentan yo no la creería, porque soy de lo más escéptica, pero como la viví la acepto como tal. Era una noche fría en la que me encontraba sola en casa con mi bebé recien nacido, el sueño me vencía y me daba miedo quedarme dormida porque sabía que el bebé querria comer (era un relojito cada 2 horas tomaba la leche) y no había nadie más que le prestara atención si yo no despertaba. Así con zapatos y todo me recosté en la cama, al lado de la cunita, con mucho frío. A medio dormirme la ví, parada frente a mí, con una sonrisa en los labios, viendo al bebé y me dijo: “tenés frío hija, cubrite, que yo lo cuido”...desperté en la mañana, cubierta por una sábana que no recuerdo haber tomado y el bebé dormido como un ángel.
Te extraño viejita, hoy más que hace 25 años.