El título obedece a
un hashtag HT o etiqueta usada hace unos días por Catalina RuizNavarro para que las mujeres, especialmente de México, contaran cuál
había sido el primer acoso que habían sufrido – partiendo del
supuesto que habían sufrido más de uno a lo largo de su vida, asumo
-.
La dinámica rindió
frutos y muchas mujeres contaron sus experiencias, en diferentes
etapas de la vida: niñez, adolescencia, edad adulta, y en varios
ámbitos: en la calle, en la escuela, en la universidad, en el
trabajo. Creo que de las que más vi fue en la vía pública, al
parecer México, como la mayoría de latinoamérica, es un sitio
donde ser mujer y transitar son elementos de alto riesgo.
No participé en twitter, tanta desgracia no cabe en 140 caracteres. Pues, sí, como se
imaginarán, también tengo anécdotas al respecto. Ajá, en plural.
El primero, si el
recuerdo es correcto, debió ser cerca de los 8 años o menos. Mi
madre tenía una amiga que vivía con sus 2 hijos varones, uno de mi
edad y el otro menor, y un hermano de ella que tenía como 2 años
más que yo. Era una casa enorme, antigua, con la mayoría de las
habitaciones desocupadas. Por muchos años de la infancia y la
adolescencia, en los que las visitas a la amiga fueron recurrentes,
siempre sentí una aversión hacia el hermano de ella y no sabía por
qué, mi madre me lo preguntaba frecuentemente y creo que todo
terminaba en un “me cae mal”. De pronto, en la edad adulta, el
recuerdo vino a mi memoria y entendí todo. Mi madre y su amiga
estaban conversando en el patio y los 3 niños y yo jugábamos en
toda la casa. En el recuerdo estoy yo, sola con el hermano de la
amiga, ese que tendría 10 o más años, y me empujaba contra la
pared intentando besarme. Esa era la razón por la que lo detestaba,
pero quizá un mecanismo de defensa había bloqueado el evento y no
lo pude recordar hasta que hubo una época en la que muchos eventos
de la infancia regresaron a mi mente. Ese fue, supongo, el primer
acoso.
Luego vendrían más.
En aquellos tiempos
uno salía libremente a la calle a jugar en bicicleta y pasaba mucho
tiempo lejos de la mirada de los padres, solo lo llamaban a uno a la
hora de la cena para que volviera a la casa. Eso hacía yo todas las
tardes entre los 11 (cuando tuve mi primera bici) y los digamos 14
años. A los 13 estaba en octavo grado, en una escuela solo de niñas,
y mi hermano en un colegio solo de varones. Pues estaba el hermano de
un compañero de mi hermano, que evidentemente sabía donde vivíamos
porque su hermano y el mío eran compañeros de aula. El tipo en
cuestión estaba en bachillerato y pasaba todos los días frente a mi
casa al volver del colegio, y como la puerta siempre estaba abierta,
miraba hacia la sala de mi casa y sonreía con malicia. Yo le hacía
la peor cara que podía, me cayó mal desde el primer momento, y
sobre todo odiaba sentirme observada en mi propia casa. La cosa se
puso peor cuando empezó a mandame papelitos con el hermano, mismos
que yo tiraba al basurero. Llegó la descaro de pararse en la puerta
de mi casa y gritarme – acera, calle y estacionamiento de por medio
– hasta el lugar donde yo estaba en la bici, diciéndome que “lo
aceptara” (ajá, para que fuéramos novios, cuando yo tenía 13 y
él como 16). Quizá fui cruel, pero fue el único mecanismo de
defensa que encontré, así que le devolví el grito y le dije,
delante de todos los niños que estaban también con sus bicis
jugando, que no me gustaba porque era muy feo. Pero, el punto es que
para mí, ahora que lo veo, eso fue acoso. Primero por la diferencia
de edad, y luego porque invadía mi espacio personal y me quitaba la
tranquilidad, cuando ya n veces le había insinuado que me dejara en
paz.
¿seguimos? Sí, hay
más.
En bachillerato,
mixto, había un niño que me gustaba. Pero...resulta que yo le
gustaba a un amigo de él, que dicho de paso, tenía novia, de esas
con permiso y todo. Entonces no solo el niño que me gustaba no me
hacía caso “por lealtad al amigo”, sino que además la novia del
otro me llamó un dia para decirme que ella lo quería ver feliz y
que se iba a apartar para que pudiera andar conmigo ¿? a mis 16 años
no había escuchado insensatez mayor, especialmente porque la chica
me lo seguía repitiendo después de como 15 min de charla en la que
por todos los medios traté de explicarle que su novio no me
interesaba en lo más mínimo y si le dirigía la palabra era
simplemente porque éramos compañeros de aula y pues yo le hablaba a
todos. La cosa se puso peor al año siguiente, en el que hasta
algunos maestros me veían raro y la orientadora me llamó a su
privado un dia para decirme que ayudara al tipo, que él me quería y
que iba mal en las notas y que era por el enamoramiento y nojequé. O
sea, ¿por qué tenía yo que cargar con culpa porque el tipo se
sintiera mal? Jamás lo vi bonito ni le insinué nada de nada, él
solito se hizo el rollo. Y ahi voy otra vez, con mi ingenuidad casi
irracional creyendo que todos son inocentes hasta que se demuestre lo
contrario. El tipo me mandó a decir, con otro compañero, que
necesitaba hablar conmigo después de clases, en un salón del otro
bachillerato, que a esa hora era zona desierta. No me pregunten por
qué, solo fui, sin temor ni nada, a ver qué quería. Resultó que
estaba en la puerta del salón vacío, no se oían ni los grillos, el
lugar es enorme, y me empezó a decir que me quería y que nojequé.
El tipo era mayor, solo que yo no sabía porque jamás me interesó
nada que tuviera que ver con él. Yo tenía 17 y él más de 20. Con
la LEPINA de hoy, eso hubiera sido delito, yo era menor de edad y él
no. El punto es que a cada “no” que yo le decía, él comenzaba a
acercarse más, levantaba la voz, hasta que estuvo tan cerca que pude
sentir algo abajo de su cintura...no es mentira, en mi casa el tema
era como tabú, nunca me hablaron de eso, no tenía ni idea de qué
sucedía, solo intuí que no era bueno para mí lo que estaba
sucediéndole. Se acercó más e intentó besarme a la fuerza, en no
sé qué momento reaccioné y me le escapé, corrí por todo el
recinto sin mirar atrás, fueron los 200 metros más largos de mi
vida, hasta que llegué a la calle y me subí al primer autobús que
pasó, sin fijarme siquiera si era el que llevaba a mi casa, aun en
marcha mi corazón latía tan fuerte que sentí que me iba a dar
algo, estaba aterrada de que me pudiera seguir. Evidentemente me
alejé de él lo que quedaba del año. Por suerte el centro de
estudios albergaba 1500 estudiantes que salían a recreo al mismo
tiempo, así que era fácil perderse en la multitud. A la salida
nunca más me fui sola, me esperaban 2 amigas de otro salón o
aprovechaba el grupo/tumulto que abarrotaba los pasillos al sonar el
timbre. En la excursión de fin de año fuimos a la playa, solos, sin
maestros ni nada, eran tiempos sanos y éramos libres. Resultó que a
media tarde lo tuvieron que sacar los guardavidas porque se embriagó
y se fue mar adentro, que se quería ahogar dijeron, que por mi culpa
dijeron. Fui la comidilla del regreso. Horrrible.
En esa época
también ocurrió otro, peor todavía, porque duró años. El tipo, casado y 10 años mayor, se me aparecía a la salida de clases, me abordaba en
la calle, me llamaba por teléfono, me hostigaba preguntando quiénes eran los compañeros con
los que salía de clase (ya había aprendido a no irme sola) y
literalmente no me dejó tener novio porque siempre andaba rondando.
Me insinuaba que le mintiera a mis padres e intentaba tocarme en
cuanta ocasión tenía. Fue muy difícil, representaba una figura de
autoridad en el lugar en el que coincidíamos semanalmente. Mis
padres se enteraron por terceros y no hicieron nada. Ni siquiera
regañarme “por provocarlo” lo cual hubiera al menos abierto el
canal de comunicación y hubiera dado pie para discutirlo. No.
Silencio total. Lo que hicieron fue ir a quejarse con una autoridad
mayor, quien ridículamente llegó a amenazarme, a mí, a la menor de
edad, porque protegía al tipo a toda costa.
En la Universidad
fue un maestro, que esperaba a que todos se fueran para acercarse y
preguntar si alguien vendría por mi. Siempre respondía que sí, que
esperaba a mi novio, inexistente por cierto, pero servía para que se
fuera. Una vez nos indicó entregarle una tarea en su oficina
particular e insistió en que debíamos llegar solas...a los hombres
no les puso ese requisito. La rabia me carcomía, era el penúltimo
año, el ciclo anterior le había dejado por capricho la materia a
una amiga, sí, tenía miedo de que me hiciera lo mismo y nunca lo
denuncié. Años después de graduada seguía dando clases y lo
seguían teniendo como un profesional ejemplar. Puaj.
En el trabajo, el
Contador. Insinuaciones aquí y allá, cuestionando con quién salía
a almorzar – ni mi marido preguntaba eso!- y amenazas del tipo “no
le doy su cheque si no viene a pedirlo a la hora x a mi oficina”.
Lo aguanté un par de años y luego me harté, le declaré guerra
abierta. Hace poco me chocó el carro estacionado y solo le quedó la
risa de que no pagó el golpe “porque ud es mujer y no se estacionó
bien”. Por ahora no le dirijo la palabra, le paso al lado como si
no existiera...”lleven la fiesta en paz y resuelvan sus
diferencias” dijo el jefe un dia. Doble puaj.
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