lunes, 2 de mayo de 2016

#MiPrimerAcoso

El título obedece a un hashtag HT o etiqueta usada hace unos días por Catalina RuizNavarro para que las mujeres, especialmente de México, contaran cuál había sido el primer acoso que habían sufrido – partiendo del supuesto que habían sufrido más de uno a lo largo de su vida, asumo -.

La dinámica rindió frutos y muchas mujeres contaron sus experiencias, en diferentes etapas de la vida: niñez, adolescencia, edad adulta, y en varios ámbitos: en la calle, en la escuela, en la universidad, en el trabajo. Creo que de las que más vi fue en la vía pública, al parecer México, como la mayoría de latinoamérica, es un sitio donde ser mujer y transitar son elementos de alto riesgo.

No participé en twitter, tanta desgracia no cabe en 140 caracteres. Pues, sí, como se imaginarán, también tengo anécdotas al respecto. Ajá, en plural.

El primero, si el recuerdo es correcto, debió ser cerca de los 8 años o menos. Mi madre tenía una amiga que vivía con sus 2 hijos varones, uno de mi edad y el otro menor, y un hermano de ella que tenía como 2 años más que yo. Era una casa enorme, antigua, con la mayoría de las habitaciones desocupadas. Por muchos años de la infancia y la adolescencia, en los que las visitas a la amiga fueron recurrentes, siempre sentí una aversión hacia el hermano de ella y no sabía por qué, mi madre me lo preguntaba frecuentemente y creo que todo terminaba en un “me cae mal”. De pronto, en la edad adulta, el recuerdo vino a mi memoria y entendí todo. Mi madre y su amiga estaban conversando en el patio y los 3 niños y yo jugábamos en toda la casa. En el recuerdo estoy yo, sola con el hermano de la amiga, ese que tendría 10 o más años, y me empujaba contra la pared intentando besarme. Esa era la razón por la que lo detestaba, pero quizá un mecanismo de defensa había bloqueado el evento y no lo pude recordar hasta que hubo una época en la que muchos eventos de la infancia regresaron a mi mente. Ese fue, supongo, el primer acoso.

Luego vendrían más.

En aquellos tiempos uno salía libremente a la calle a jugar en bicicleta y pasaba mucho tiempo lejos de la mirada de los padres, solo lo llamaban a uno a la hora de la cena para que volviera a la casa. Eso hacía yo todas las tardes entre los 11 (cuando tuve mi primera bici) y los digamos 14 años. A los 13 estaba en octavo grado, en una escuela solo de niñas, y mi hermano en un colegio solo de varones. Pues estaba el hermano de un compañero de mi hermano, que evidentemente sabía donde vivíamos porque su hermano y el mío eran compañeros de aula. El tipo en cuestión estaba en bachillerato y pasaba todos los días frente a mi casa al volver del colegio, y como la puerta siempre estaba abierta, miraba hacia la sala de mi casa y sonreía con malicia. Yo le hacía la peor cara que podía, me cayó mal desde el primer momento, y sobre todo odiaba sentirme observada en mi propia casa. La cosa se puso peor cuando empezó a mandame papelitos con el hermano, mismos que yo tiraba al basurero. Llegó la descaro de pararse en la puerta de mi casa y gritarme – acera, calle y estacionamiento de por medio – hasta el lugar donde yo estaba en la bici, diciéndome que “lo aceptara” (ajá, para que fuéramos novios, cuando yo tenía 13 y él como 16). Quizá fui cruel, pero fue el único mecanismo de defensa que encontré, así que le devolví el grito y le dije, delante de todos los niños que estaban también con sus bicis jugando, que no me gustaba porque era muy feo. Pero, el punto es que para mí, ahora que lo veo, eso fue acoso. Primero por la diferencia de edad, y luego porque invadía mi espacio personal y me quitaba la tranquilidad, cuando ya n veces le había insinuado que me dejara en paz.

¿seguimos? Sí, hay más.

En bachillerato, mixto, había un niño que me gustaba. Pero...resulta que yo le gustaba a un amigo de él, que dicho de paso, tenía novia, de esas con permiso y todo. Entonces no solo el niño que me gustaba no me hacía caso “por lealtad al amigo”, sino que además la novia del otro me llamó un dia para decirme que ella lo quería ver feliz y que se iba a apartar para que pudiera andar conmigo ¿? a mis 16 años no había escuchado insensatez mayor, especialmente porque la chica me lo seguía repitiendo después de como 15 min de charla en la que por todos los medios traté de explicarle que su novio no me interesaba en lo más mínimo y si le dirigía la palabra era simplemente porque éramos compañeros de aula y pues yo le hablaba a todos. La cosa se puso peor al año siguiente, en el que hasta algunos maestros me veían raro y la orientadora me llamó a su privado un dia para decirme que ayudara al tipo, que él me quería y que iba mal en las notas y que era por el enamoramiento y nojequé. O sea, ¿por qué tenía yo que cargar con culpa porque el tipo se sintiera mal? Jamás lo vi bonito ni le insinué nada de nada, él solito se hizo el rollo. Y ahi voy otra vez, con mi ingenuidad casi irracional creyendo que todos son inocentes hasta que se demuestre lo contrario. El tipo me mandó a decir, con otro compañero, que necesitaba hablar conmigo después de clases, en un salón del otro bachillerato, que a esa hora era zona desierta. No me pregunten por qué, solo fui, sin temor ni nada, a ver qué quería. Resultó que estaba en la puerta del salón vacío, no se oían ni los grillos, el lugar es enorme, y me empezó a decir que me quería y que nojequé. El tipo era mayor, solo que yo no sabía porque jamás me interesó nada que tuviera que ver con él. Yo tenía 17 y él más de 20. Con la LEPINA de hoy, eso hubiera sido delito, yo era menor de edad y él no. El punto es que a cada “no” que yo le decía, él comenzaba a acercarse más, levantaba la voz, hasta que estuvo tan cerca que pude sentir algo abajo de su cintura...no es mentira, en mi casa el tema era como tabú, nunca me hablaron de eso, no tenía ni idea de qué sucedía, solo intuí que no era bueno para mí lo que estaba sucediéndole. Se acercó más e intentó besarme a la fuerza, en no sé qué momento reaccioné y me le escapé, corrí por todo el recinto sin mirar atrás, fueron los 200 metros más largos de mi vida, hasta que llegué a la calle y me subí al primer autobús que pasó, sin fijarme siquiera si era el que llevaba a mi casa, aun en marcha mi corazón latía tan fuerte que sentí que me iba a dar algo, estaba aterrada de que me pudiera seguir. Evidentemente me alejé de él lo que quedaba del año. Por suerte el centro de estudios albergaba 1500 estudiantes que salían a recreo al mismo tiempo, así que era fácil perderse en la multitud. A la salida nunca más me fui sola, me esperaban 2 amigas de otro salón o aprovechaba el grupo/tumulto que abarrotaba los pasillos al sonar el timbre. En la excursión de fin de año fuimos a la playa, solos, sin maestros ni nada, eran tiempos sanos y éramos libres. Resultó que a media tarde lo tuvieron que sacar los guardavidas porque se embriagó y se fue mar adentro, que se quería ahogar dijeron, que por mi culpa dijeron. Fui la comidilla del regreso. Horrrible.

En esa época también ocurrió otro, peor todavía, porque duró años. El tipo, casado y 10 años mayor, se me aparecía a la salida de clases, me abordaba en la calle, me llamaba por teléfono, me hostigaba preguntando quiénes eran los compañeros con los que salía de clase (ya había aprendido a no irme sola) y literalmente no me dejó tener novio porque siempre andaba rondando. Me insinuaba que le mintiera a mis padres e intentaba tocarme en cuanta ocasión tenía. Fue muy difícil, representaba una figura de autoridad en el lugar en el que coincidíamos semanalmente. Mis padres se enteraron por terceros y no hicieron nada. Ni siquiera regañarme “por provocarlo” lo cual hubiera al menos abierto el canal de comunicación y hubiera dado pie para discutirlo. No. Silencio total. Lo que hicieron fue ir a quejarse con una autoridad mayor, quien ridículamente llegó a amenazarme, a mí, a la menor de edad, porque protegía al tipo a toda costa.

En la Universidad fue un maestro, que esperaba a que todos se fueran para acercarse y preguntar si alguien vendría por mi. Siempre respondía que sí, que esperaba a mi novio, inexistente por cierto, pero servía para que se fuera. Una vez nos indicó entregarle una tarea en su oficina particular e insistió en que debíamos llegar solas...a los hombres no les puso ese requisito. La rabia me carcomía, era el penúltimo año, el ciclo anterior le había dejado por capricho la materia a una amiga, sí, tenía miedo de que me hiciera lo mismo y nunca lo denuncié. Años después de graduada seguía dando clases y lo seguían teniendo como un profesional ejemplar. Puaj.


En el trabajo, el Contador. Insinuaciones aquí y allá, cuestionando con quién salía a almorzar – ni mi marido preguntaba eso!- y amenazas del tipo “no le doy su cheque si no viene a pedirlo a la hora x a mi oficina”. Lo aguanté un par de años y luego me harté, le declaré guerra abierta. Hace poco me chocó el carro estacionado y solo le quedó la risa de que no pagó el golpe “porque ud es mujer y no se estacionó bien”. Por ahora no le dirijo la palabra, le paso al lado como si no existiera...”lleven la fiesta en paz y resuelvan sus diferencias” dijo el jefe un dia. Doble puaj.

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